Son muchos los intentos de aproximación conceptual para definir a la sociedad de esta época que hemos venido a llamar posmoderna. Hablamos de la sociedad de la información para determinar el distanciamiento no sólo económico sino también cultural de décadas recientes en los que a las sociedades occidentales se las llamo industriales o de servicios. Pero esto es solo el envoltorio
En el contexto de la cultura débil, no nos es difícil reconocer con el gran filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman que vivimos en una sociedad líquida, caracterizada por la tensión en las coordenadas espacio-temporales (vivimos el tiempo cada vez de modo más acelerado y demandado como bien escaso, y vivimos el espacio cada vez más de un modo deslocalizado por la globalización, sin capacidad de estabilidad y de arraigo), en la que cada vez se cree menos en Dios, en la medida en que es sustituido por el individualismo (dioses de nosotros mismos), y completado por una colectividad de consumo.
Tampoco anda nada desacertado el filósofo alemán de origen coreano Byung-Chul Han, quien en su breve pero más que sugerente ensayo La sociedad del cansancio, encuentra en nuestro entorno una sociedad en la que se niega la negatividad, se huye del dolor, y se pretende disfrazar todo de la positividad del bienestar, que busca inmunizarse de las infecciones psicológicas (depresión, trastornos de la personalidad y de la atención, etc…), produciéndose un cansancio múltiple: cansancio del rendimiento, cansancio del otro, cansancio del mismo lenguaje, cansancio de todo. ¿Tendrá algo que ver con esto la preocupación por el cansancio de la fe del que hablo desde Méjico Benedicto XVI hace seis años?
¿Y tendría que ver esto también con la denuncia que hace el Papa Francisco de la globalización de la indiferencia? No estaríamos desatinando si leemos otro ensayo más reciente de Byung-Chul Han (también tan breve como sugerente), en el que advierte de la deriva de la hipercomunicación y el hiperconsumo hacia la expulsión de lo distinto y el infierno de lo igual, que sustituye la igual dignidad de todos los seres humanos por el auge de auto-afirmaciones en lo personal y en lo colectivo que pervierten aún más tanto el rechazo a los emigrantes como el nacionalismo exacerbado.
Al comienzo de un año lleno de incertidumbres tanto en el ámbito local como en el mundial, conviene no dejarse adormecer por cansancios e indiferencias que ya no se nos presentan sólo, como antaño, como tentaciones morales, sino que han pasado a ser condicionamientos sociales y culturales.
Manuel Bru