«Quizá no puedo contaros grandes proezas en mi modesta trayectoria en la comunicación pero tengo que reconoceros que algunas de las historias que he tenido oportunidad de conocer y contar me han cambiado la vida. Pongo algunos ejemplos: la hermana Carmen, del Hogar para niñas huérfanas de Catembe, en Mozambique; la hermana Rosa, del hogar de ancianos abandonados de Zimbabwe; la valentía de las adolescentes huérfanas de Dete; la generosidad de los voluntarios del Cottolengo; la alegría de los enfermos o el coraje de María del Mar, colega nuestra conocida como Mar Afuera. O más recientemente, la capacidad sobrenatural de perdonar lo imperdonable y de mirar con misericordia el horror más absoluto del obispo cordobés, Juan José Aguirre». Así es Sandra Várez, y estas fueron sus palabras de agradecimiento al recibir el X Premio San Juan Pablo II de Comunicación de la Fundación Crónica Blanca, quien recalca que «el periodismo es mucho más que una exclusiva o los datos de audiencia. Y lo voy a defender allá donde vaya»

«Muy buenas tardes a todos. Muchas gracias a todos los que habéis venido a acompañarme, gracias a monseñor José Cobo por sus palabras y gracias por supuesto a la Fundación Crónica Blanca, a Cristina Sánchez y a su presidente Manuel Bru por elegirme para este premio, tan inmerecido y a la vez con tanto significado para mí.

Lo primero por el sentido y por el nombre, Juan Pablo II, ese Papa Santo que tanto marcó mis primeros años, con tantos eventos compartidos con gente que está por aquí hoy y a la que adoro. Recuerdo especialmente ese último viaje que hizo a España cuando anciano, gastado y cansado, sacó su energía para decirnos a todos los que estábamos allí que no tuviéramos miedo. Esa frase No tengáis miedo quedó para mi grabada a fuego en muchos sentidos. No tener miedo al riesgo, no tener miedo al cambio, no tener miedo a buscar y contar la verdad. En aquellos años, muy joven, conocí al Grupo de Jóvenes Comunicadores Crónica Blanca, del que formé parte durante un tiempo. Ahí estaba Manuel acompañándonos y poniéndonos en contacto con auténticos referentes, maestros del periodismo. Por eso, hoy este premio significa tanto para mí. Porque me recuerda de dónde vengo y a quién sirvo. A esa Crónica Blanca de la actualidad, contada sin matices, sin intenciones, siendo fiel única y exclusivamente a la verdad sin fisuras.

Veréis, cuando Cristina me llamó para comunicarme el premio, mi respuesta fue: ¿Por qué yo? Si no he hecho nada para merecer un premio. Y lo sigo pensando. Hay centenares, miles de profesionales, muchos de ellos aquí presentes que me superan. Pero tras el shock inicial, pensé: bueno, quizá puedo aprovechar para reivindicar esa profesión idílica en la que creo. Ese periodismo que soñábamos muchos cuando hicimos la carrera y que parece perderse ante la tiranía de las audiencias y de los intereses comerciales. Ese periodismo por el que se juegan el tipo muchos reporteros buscando denunciar la persecución, la explotación y la corrupción en países sin libertades, los que hablan de la guerra por el coltán del Congo sabiendo que no vende, los que ponen nombres y apellidos a los que escapan de la guerra o del hambre y rostro y alma a lo que un titular reduce a una frase polémica. Ese periodismo que arriesga, que investiga, que se esfuerza por hacer cumplir esa máxima de Orwell de que el periodismo es publicar aquello que alguien no quiere que publiques. Pero también esa comunicación que habla de belleza, que hace grandes las pequeñas historias, que habla de generosidad, de entrega, de sacrificio, de perdón, de luchadores, de héroes de carne y hueso, de personas capaces de romper tus esquemas a la primera pregunta de una entrevista.

Quizá no puedo contaros grandes proezas en mi modesta trayectoria en la comunicación pero tengo que reconoceros que algunas de las historias que he tenido oportunidad de conocer y contar me han cambiado la vida. Pongo algunos ejemplos: la hermana Carmen, del Hogar para niñas huérfanas de Catembe, en Mozambique; la hermana Rosa, del hogar de ancianos abandonados de Zimbabwe; la valentía de las adolescentes huérfanas de Dete; la generosidad de los voluntarios del Cottolengo; la alegría de los enfermos o el coraje de María del Mar, colega nuestra conocida como Mar Afuera. O más recientemente, la capacidad sobrenatural de perdonar lo imperdonable y de mirar con misericordia el horror más absoluto del obispo cordobés, Juan José Aguirre. Han sido años de grandes anécdotas, muchas divertidas, otras no tanto, De horas y horas de trabajo pegada a unos cascos, como alguien que está por aquí me recordó una vez. De nervios por los directos, de tensión porque no te sale una entrevista, de estrés porque tienes que terminar un reportaje y quedan menos de 10 minutos para el directo, de cansancio, de ganas de dejarlo en alguna que otra ocasión, de sentir que quizá no vales para esto, que el periodismo gasta demasiado, porque trabajas mucho y cobras poco, porque no sabes si lo que haces sirve para algo, porque no estás segura de generar interés, y, sobre todo, de contribuir a mejorar el mundo. Porque mentiría si dijera que en muchas ocasiones me he cuestionado esta profesión y si de verdad estamos, en general, yendo por el buen camino. Por eso, muchas veces cuando hay gente que me ha soltado, así, a bocajarro: es que la culpa de toda la crispación la tenéis los periodistas, he pensado: en el fondo tienen razón. O, al menos, algo de razón. No siempre es fácil ser fiel a los principios y las ideas propias cuando la actualidad, la audiencia o los intereses mandan. Por eso hoy aprovecho también para hacer autocrítica. Y pedir perdón.

A pesar de todo esto sigo pensando que el periodismo es mucho más que una exclusiva o los datos de audiencia. Y lo voy a defender allá donde vaya. Más aún ahora, después de la enorme responsabilidad de recibir este premio.

Para terminar quiero dar las gracias a todos los que en estos años me han dado la oportunidad de trabajar y, sobre todo, de aprender. De enriquecerme con historias, de ayudarme a madurar como profesional y como persona, de superarme. En todos los lugares donde he trabajado me he encontrado gente maravillosa. Compañeros, amigos de los que se quedan. Alguna de la gente que me he encontrado es ahora parte de mi familia. GRACIAS. Gracias a Sofía, a Ana, a Irene, a Teresa, a José Ignacio, a Raquel, a Rosa, a Javier, a Saioa, a Fran, a Pilar, a Marta…. Y gracias a mi familia por apoyarme siempre, a pesar de que una vez me dijeron. Periodista no, que no hay trabajo. Gracias por aguantar mis estreses y ahora por ayudarme a conciliar, algo muy difícil en esta profesión. Sin ellos no hubiera podido tener ni este premio que ahora recibo ni a mis hijas que están ahí al fondo, a las que dedico menos tiempo del que desearía. Gracias por enseñarme que nada se consigue sin esfuerzo y que en la sencillez también hay riqueza».

Sandra Várez